Es que yo amo la cocina y admiro a los cocineros. No me pierdo los programas de Coco Pacheco en la televisión, tampoco los de un argentino-japonés que fríe lo que le pongan por delante en un artefacto que llama wok, para mí una paila. Antes esperaba, e incluso me repetía, los espacios del Gato Dumas y Ramiro Rodríguez, dos cocineros argentinos de una sapiencia y simpatía sin igual. Verdaderos maestros. De pronto Gato Dumas desapareció de la televisión por cable. Estuve muy triste cuando supe que había muerto.
Sus lecciones eran una maravilla. Los diálogos gozaban de un nivel de excelencia propio de la academia. Rezumaban erudición en un asunto que la gente vulgar, incluso algunos de la academia científica, tiende a creer que no existe. Cocina de alto nivel sumada a la simpatía y el humor del Gato y Ramiro.
Me impresiona la destreza de los cocineros en el manejo de los cuchillos. Unos expertos. Los admiro y envidio. Jamás podría igualarlos. No me quedarían dedos después de intentar cortes en juliana u otros especializados. Aparte de eso poseen cuchillos para todo, si me lo permiten... una auténtica armería.
Las cocinas en si no me llaman demasiado la atención. Sé que las de la tele son de utilería, sin techo, con tabiques falsos, livianas. Tengo, sin embargo, contacto frecuente con una cocina paradigmática. Se trata de “la madre de todas las cocinas” . La de las casas patronales del fundo Proboqui-Los Naranjos, cercanas del pueblo de Florida, aquí en la Octava Región.
Es inmensa, bella, repleta de artefactos sin llegar a constituirse en un museo. Del techo cuelga una zaranda, artefacto construido con madera noble al cual sólo tienen acceso los humanos, animales ni roedores son capaces de alcanzar los alimentos que allí se almacenan. De conseguirlo debería ser desde un helicóptero. Centro de ese universo es la cocina a leña. Brilla. De las ollas y teteras surge vapor como del más poderoso acorazado. Huele a madera quemada. En su acerado vientre todo se cocina lentamente, sin prisa, a fuego lento. Sopas, gustosos guisos, pan de campo, salen de su interior tal cual si se tratase de una usina elaboradora de delicias.
En invierno, cuando afuera llueve a chuzo parado, el calor de la cocina de Proboqui debe ser comparable al del vientre materno, que no recuerdo pero que si puedo imaginar. Si el frío se dispara el bueno de Eufrasio arrastra al interior un brasero gigante con carbones rojos, prefigura del infierno, que acaba de “prender” afuera. Hoy esa cocina tiene alumbrado eléctrico. Antaño, cuando no, era maravilloso merendar en penumbras con la escasa luz de parafina prodigada por una europea Petromax que otro bueno, Queto, encendía,invierno y verano, apenas se marchaba el sol.
Una cocina como la que he descrito no podía estar en otro sitio que no fuera al menos parecido, o casi igualito, a la mítica Quebrada del Ají, de la que nos contaron Los Jaivas en su creativa primera hora. Para que tomen nota, allí, en Proboqui, también “vive la gente feliz, llueve cuando hay sopaipillas, las gallinas ponen tortillas al amanecer, los días pasan por siaca, las tardes llegan temprano, suenan las flautas solas, los gallos cantan en coro, el buey toca en su panza el bombo con emoción, las mañanas salen al alba a caminar, bajan las nubes de tinto, entre soles y lunas llenas se vive allí”...
“Monos” que ilustran la entrada. Monos como decimos los periodistas veteranos a las fotografías: la Madre de Todas las Cocinas; Coco Pacheco, crédito nacional; el Gato Dumas; Dumas con Ramiro; y, finalmente una vista de la Quebrada del Ají.
5 comentarios:
Querido profesor por qué no escribe de su religión, usted dijo en alguna de sus clases que creía en el SOL....sería interesante profundizar en ese tema.
Saludos
PAU
La cocina de ese fundo y muchas otras cosas más, son las que extraño tantísimo, pues crecí ahí, es mi hogar. Cada día que pasa me aferro más a todo ello. Ha sido trabajo de generaciones y un pedazo de tierra en el que mi madre ha puesto todo su amor. Amo Proboqui, amo sus aromas, amo sus sonidos ... y también su cocina.
Catalina Rössle
Profe.
ya poh actualice.
Yo soy funcionaria de gobierno jajaja
Hola: Leyendo me acorde de Tartarin y Tarascón , esos articulos que en mi infancia leia mi madre en La Gaceta de El Sur ,cuando se podía poner ese nombre con mayúsculas . Ahora, creo que pocos podrán hacerlo. Usted fue mi profesor, me rayó con rojo negro y todo lo demás me hizo temblar ante la máquina de escribir y me exigió aprender a escribior directo a la página , a dejar de temer a la página en blanco a conocer todo el presente en Tiempo Presente , qué tiempos aquellos cuando cual pitoniso , auguró que muchas de las mujeres que aventurábamos en el Periodismo con suerte llegaríamos a escribir las crónicas de nuestra vida en la cocina. Yo fui corresponsal , lector de noticias, reportero, relacionar público y cronista , como para demostrar que no era verdad que ibamos a la universidad a buscar marido o de puro aburridas... Malos profesionales no somos, yo creo que son opciones y sabemos que podemos de hecho muchas hoy se dempeñan en importantes medios y/o instituciones (entre esas la casa también es una noble institución). Tal vez debiéramos promover lso empleos de mediotiempo para que no debamos desperdiciar los talentos entrenados y pulidos por usted y los otros maestros que tuvimos (Barría, La señora Gloria Muñoz, Pacián ) a quines criticamos y hoy agradecemos....
Hermosos recuerdos.
En paralelo.
El telepizza que me engorda sin sabor. Una cocacola helada y comida convertida en plástico por efecto del microondas. Quién puede llamar a ese aparto “horno” se atreve ciegamente.
Horno conocí en el sector de Puente Cuatro, cuando niño, junto al castaño de mi abuela.
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