Las brujas de Salem

Una noche en huída de la calidad de los canales de televisión abierta caí en una estación de cable que exhibía “Las Brujas de Salem”. Tratábase de una versión apegada a la historia, rodada en 1993 y no aquélla más cerca de la ficción, basada en la pieza de teatro de Arthur Miller, filmada en 1997.

Les cuento. En 1692 en un pueblito llamado Salem, en lo que hoy es el estado de Massachusetts, Estados Unidos, fueron ahorcadas 18 personas. A otras tres se las condenó a cadena perpetua, dos murieron en prisión y una mujer de raza negra fue vendida como esclava. ¿Por qué? se preguntará usted...
Fueron acusadas de brujería, de mantener contactos de diversa naturaleza con el demonio, de acostarse con él, de hacer el mal, entre otros infundios. Mujeres, incluso una embarazada, y hombres son llevados a prisión y muy maltratados. Hoy se llama a eso tortura.
En el tribunal, después de todos los padecimientos, confiesan, finalmente, que mantenían negocios con el demonio (...). El veredicto: muerte o prisión perpetua. ¿ A qué atroces padecimientos los someterían que llegan a confesar tamaño disparate?. ¿Por qué ocurrió todo?. Se encadenan diversas situaciones propias de la cotidianeidad del villorio.

Primero: eran puritanos, con un núcleo de fanáticos religiosos capaces de comulgar con ruedas de carreta encabezados por un reverendo de apellido Parrish, el guaripola de los cazadores de brujas; segundo, había conflictos de intereses principalmente por la tenencia de tierras; tercero, surgió un grupo de muchachitas histéricas que, para ocultar sus propios “pecados”, comenzó a acusar de brujería a quién se le ponía por delante. Veían a sus vecinas en vuelos nocturnos sobre el poblado y al demonio en cada esquina; cuarto, el juez (en el filme un magnífico Peter Ustinov), un fanático amparado en las sagradas escrituras, era al mismo tiempo la autoridad política que luego de las confesiones mandaba a la horca a “las brujas”; quinto, la escasa capacidad de reacción de los habitantes de Salem que se dejaron llevar por la histeria colectiva iniciada por las muchachitas capaces de detectar brujas y que a gritos exigían la muerte de sus vecinas camino del cadalso.

Todo terminó cuando las niñas adjudicaron la categorìa de bruja a la esposa de su excelencia el señor Gobernador. Este llegó al tribunal acompañado por su mujer. Dejó atónito al juez y público asistente al expresarles que no fueran imbéciles, que las brujas no existían y que ya estaba bueno de matar gente.
Demasiado tarde. Quince mujeres y tres varones habían sido ahorcados, una treintena de vecinos yacía en prisión. El juez, socavada su autoridad, quiso morir. Probablemente en su fuero interno rezaba para que dios partiera con un rayo al impío gobernador. No ocurrió. Ese instante es considerado como el punto final del puritanismo en los Estados Unidos.

La de las Brujas de Salem es una historia trágica, producto de la intolerencia más pura; de la ignorancia supina; de la maldad humana impulsada por el fanatismo; también una historia de su tiempo pero aquí hay que puntualizar algo, se puede repetir. ¿Cuándo? En el mismo momento en que los rectores de una comunidad reúnan simultáneamente en sus manos la autoridad política y religiosa. Hay necesidad de mantener absolutamente separadas las aguas para evitar que se nos aparezcan de nuevo las brujas de las que les he contado.